viernes, 25 de septiembre de 2009

Muerden siempre menos de lo que ladran



Tanto bobo con pelotas de boutique.
Tanto discurso importado de tragedias musicales.
Tanto valiente marca curitas.
Y yo tan violenta.


Cagándome de risa.



(Cuando pasas depierto mucho tiempo, sin parpadear, ya nada te parece real - y sólo te queda el humorismo- Everything is far away. Everything is A COPY OF A COPY OF A COPY)

domingo, 13 de septiembre de 2009

Escribir



El fin del arte novelístico es, según él, Una conmoción total de la conciencia, conmoción que será la más plena apertura hacia el total enigma metafísico.


"Varias veces insinuó que estaba escribiendo un libro del que nadie iba a conocer nunca una página. En su testamento decidió que el libro se publicara en secreto hacia 1980, nadie debía saber que ese libro era suyo. En principio, había pensado que se publicara como un libro anónimo, después pensó que debía publicarse con el nombre de un escritor conocido, atribuir su libro a otro, el plagio al revés, ser leído como si uno fuera ese escritor. Por fin decidió usar un pseudónimo que nadie pudiera identificar. El libro debía publicarse en secreto, le gustaba la idea de trabajar en un libro pensado para pasar inadvertido, un libro perdido en el mar de libros futuros, la obra maestra voluntariamente desconocida, cifrada y escondida en el porvenir como una adivinanza lanzada a la historia"













El pensar es algo que se pude narrar como se narra un viaje o una historia de amor, pero no del mismo modo...

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Toda historia es la de Tolstoi







“Comprendí muy bien lo que decían acerca de los azotes y del cristianismo. Pero quedó completamente oscura para mí, por aquel entonces la palabra su, por la que pude deducir que la gente establecía un vinculo entre el jefe de las caballerizas y yo. Entonces no pude comprender de modo alguno en qué consistía aquel vínculo. Sólo mucho después, cuando me sacaron de los demás caballos, me expliqué lo que significaba aquello. En esa época, no era capaz de entender lo que significaba el que yo fuera propiedad de un hombre. Las palabras mi caballo, que se referían a mí, a un caballo vivo, me resultaban tan extrañas como las palabras: mi tierra, mi aire, mi agua.

“Sin embargo, ejercieron una enorme influencia sobre mí. Sin cesar, pensaba en ellas; y sólo después de un largo trato con los seres humanos me expliqué, por fin, la significación que les atribuyen. Quieren decir lo siguiente: los hombres no gobiernan en la vida con hechos, sino con palabras. No les preocupa tanto la posibilidad de hacer o dejar de hacer algo, como la de hablar de distintos objetos, mediante palabras convencionales. Tales palabras, que consideran muy importantes, son, sobre todo: mío o mía; tuyo o tuya. Las aplican a toda clase de cosas y de seres. Incluso a la tierra, a sus semejantes y a los otros caballos.

“Además, han convenido en que uno sólo puede decir mío a una cosa determinada. Y aquel que puede aplicar el termino mío a un número mayor de cosas, según el juego convenido, se considera la persona más feliz. No sé porqué las cosas son de este modo; pero me consta que son así. Durante mucho tiempo, traté de explicarme esto, suponiendo que redundaba en algún provecho directo, pero me resultó inexacto.

“Muchas personas que me llamaban su caballo ni me montaban siquiera; y, en cambio, lo hacían otros. Tampoco eran ellos los que me hacían bien, sino los cocheros, los herreros y, por lo general, personas ajenas. Posteriormente, cunado hube ensanchado el círculo de mis observaciones, me convencí de que no sólo respecto a nosotros, los caballos, el concepto mío no tiene ningún otro fundamento que un bajo instinto animal, que los hombres llaman sentimiento o derecho de propiedad. El hombre dice: “mi casa”; pero nunca vive en ella. Tan sólo se preocupa de construirla y de mantenerla. El comerciante dice: “mi tienda”, “mi pañería”, por ejemplo; pero no utiliza la ropa del mejor paño que vende en ella. Hay gentes que llaman a la tierra “mi tierra”, pero nunca la han visto y jamás la han recorrido. Hay hombres que llaman a algunas mujeres “mi mujer”, “mi esposa” y, sin embargo, éstas viven con otros hombres. Las gentes no buscan en la vida hacer lo que ellos consideran el bien, sino la manera de poder decir mío del mayor numero posible de cosas. Ahora estoy persuadido de que en esto estriba la diferencia esencial entre nosotros y los hombres. Por tanto, sin hablar ya de otras prerrogativas nuestras, sólo por este hecho podemos decir, con seguridad, que entre los seres vivos nos hallamos en un escalón más alto que los hombres.
La actividad de los hombres, al menos de los hombres con los que tuve trato yo, se traduce en palabras, mientras que la nuestra se manifiesta en hechos.”







(What they said about flogging and Christianity I understood well enough, but I was quite in the dark as to what they meant by the words "his cold," from which I perceived that people considered that there was some connexion between me and the head groom. What the connexion was I could not at all understand then. Only much later when they separated me from the other horses did I learn what it meant. At that time I could not at all understand what they meant by speaking of *me* as being a man's property. The words "my horse" applied to me, a live horse, seemed to me as strange as to say "my land," "my air," or "my water."
But those words had an enormous effect on me. I thought of them constantly and only after long and varied relations with men did I at last understand the meaning they attach to these strange words, which indicate that men are guided in life not by deeds but by words. They like not so much to do or abstain from doing anything, as to be able to apply conventional words to different objects. Such words, considered very important among them, are my and mine, which they apply to various things, creatures or objects: even to land, people, and horses. They have agreed that of any given thing only one person may use the word *mine*, and he who in this game of theirs may use that conventional word about the greatest number of things is considered the happiest. Why this is so I do not know, but it is so. For a long time I tried to explain it by some direct advantage they derive from it, but this proved wrong.
For instance, many of those who called me their horse did not ride me, quite other people rode me; nor did they feed me - quite other people did that. Again it was not those who called me *their* horse who treated me kindly, but coachmen, veterinaries, and in general quite other people. Later on, having widened my field of observation, I became convinced that not only as applied to us horses, but in regard to other things, the idea of mine has no other basis than a low, mercenary instinct in men, which they call the feeling or right of property. A man who never lives in it says "my house" but only concerns himself with its building and maintenance; and a tradesman talks of "my cloth business" but has none of his clothes made of the best cloth that is in his shop.
There are people who call land theirs, though they have never seen that land and never walked on it. There are people who call other people theirs but have never seen those others, and the whole relationship of the owners to the owned is that they do them harm.
There are men who call women their women or their wives; yet these women live with other men. And men strive in life not to do what they think right but to call as many things as possible *their own*.
I am now convinced that in this lies the essential difference between men and us. Therefore, not to speak of other things in which we are superior to men, on this ground alone we may boldly say that in the scale of living creatures we stand higher than man. The activity of men, at any rate of those I have had to do with, is guided by words, while ours is guided by deeds)

Los Rusos que se comen mis neuronas







“Yo estaba limpiando la pieza, al dar la vuelta, me acerqué al diván y no podía acordarme si lo había limpiado o no. Como esos movimientos son habituales e inconscientes no podía acordarme y tenía la impresión de que ya era imposible hacerlo. Por lo tanto, si he limpiado y me he olvidado, es decir, si he actuado inconscientemente, es exactamente como si no lo hubiera hecho. Si alguien consciente me hubiera visto, se podría restituir el gesto. Pero nadie lo ha visto o sí lo ha visto inconscientemente, si toda la vida compleja de tanta gente se desarrolla inconscientemente, es como si esta vida no hubiera existido".




Así la vida desaparece transformándose en nada. La automatización devora los objetos, los hábitos, los muebles, la mujer y el miedo a la guerra.

"Si la vida compleja de tanta gente se desenvuelve inconscientemente, es como si esa vida no hubiese existido".

Para dar sensación de vida, para sentir los objetos, para percibir que la piedra es piedra, existe eso que se llama arte. La finalidad del arte es dar una sensación del objeto como visión y no como reconocimiento; los procedimientos del arte son los de la singularización de los objetos, y el que consiste en oscurecer la forma, en aumentar la dificultad y la duración de la percepción. El acto de percepción es en arte un fin en sí y debe ser prolongado. El arte es un medio de experimentar el devenir del objeto: lo que ya está "realizado" no interesa para el arte.





Autobiografía de encargo



Supongan ustedes que yo nací, desde chiquito, en una casa de modistas y supongan también que en aquel tiempo, como hoy, había cosas, no todas, que se hacían a prueba, se daban a probar; y que en tal casa había una salita ahondada de espejos para probar las clientas los nuevos vestidos. (Creo que un índice científico del grado de felicidad de una época y comunidad es el mayor número de cosas que se acostumbra “dar a probar” y no sé si hoy, me parece que sí, son más que las que disfrutábase en mi juventud.)

En aquel tiempo, puesto el vestido, la persona se veía un poco menos que antes; ahora ese menos verse la persona ha aumentado, menos menos; casi el vestido no tiene nada que ver con esto de cubrirse, con la ventaja ¡increíble de que se ve la persona y el vestido. (Alguna vez estudiaré cómo el desnudo se reduce a ser modestamente un escote totalitario simultáneo o la suma de todos los escotes sucesivos inocentes posibles a una sola persona).

Hasta la edad de seis años, yo entraba y salía (hoy no hubiera salido) de la salita de pruebas y ninguna de las clientas me veía, veía que yo andaba viendo. Todo fue descubrirse en casa que yo había cumplido los seis años (yo no creía que se le conociera a nadie en la cara; ¿cómo se sabe?) para prohibírseme la entrada bajo pretexto de que yo antes veía y ahora miraba. Pero saqué de ello el provecho de una gran inclinación por las matemáticas en punto a curvas y ángulos.

A los siete años ya aprendí a venirme abajo de un balcón y llorar en seguida; el golpe no me desconcertaba; no me acongojaba antes de llegar al suelo cuando todavía no tenía utilidad el llorar ya.

Fue demasiado grave para un principiante: caí diez metros seguidos, orientado en perfecta vertical y sin entretenerme nada en el trayecto como siempre se me ha recomendado en los “mandados”: todo lo hice sin ayuda, 10 metros para piernas de 7 años es mucho siendo uno solo el que se cae y además los matemáticos no lo aprueban ni quieren creerlo por la desproporción de metro por año. Tan grave fue que no es seguro que yo exista después de ella y de tiempo en tiempo los diarios anuncian mi defunción porque, algún cronista ha oído en conversación que hace cuarenta años me tomé de la baranda de la vertical durante diez metros continuos.

(El suelo, que está dondequiera que un porrazo se completa y que, buen compañero, no falta a nadie en la caída, es la altura nunca menospreciada de un aviador de piso, como yo. Esos navegantes del aire que se lanzan afanosos a lo alto como si se propusieran volver a fumar el humo del cigarrillo exhalado momentos antes, harían algo análogo a lo que recientemente me aconteció a mí cuando caminando con un amigo tropecé, mientras le hablaba, tan violentamente hacia adelante, que alcancé las palabras que acababa de pronunciar: me oí a mí mismo y tuve oportunidad de corregir un cierto gran disparate comenzado en ellas).

Ejecuté tan bien el venirse abajo que se me atribuyó vocación especial y en el barrio cuando algún chico por descuido pudo caerse, viéndole todos al borde de un balcón vacilando, corrían a mi casa a buscarme para que yo tomara por él el encargo de la caída. Mis chichones sobresalían no sólo en el cuerpo sino en el barrio; aun entre tumefacciones, ya de por sí relevantes, las mías sobresalían y en chichonería comparada era yo persona de fama.

Mi norma, en fin, era: empezar con caídas, la maestría de equitación, pero, de caballos chicos.

Como escribo bajo la depresiva inseguridad de existir, basta por hoy de una literatura quizá póstuma; soy más prudente que Mark Twain, el otro solo caso (*).









(*) Un mérito excelso en Twain es que fuera tan jovial a pesar del terrible infortunio en que vivió todos su años después de la edad de ocho, cuando bañándose con su hermano mellizo y en extremo parecido, ahogóse uno de los dos sin que nunca haya podido saberse cuál.