martes, 25 de mayo de 2010

La boca que la piel suspende


Si acaso algún día tuviera la tragedia de ser comido, él (tan comible), sería -por no faltarle el respeto a nadie (ni a él, ni al Dios que lo sopló fuera de su aliento)- de manera TAN impecable.
Empezaría por arrancarle los dedos de las manos esas que tiene (con las que me hace señas, el muy ignorado hijo de Dios) y pasarle la lengua áspera a cada uno. Marticaría sus ojos con un amor canibal. Volvería su pellejo y sus piernas mazapán, o más, materia de la mas prima materia para hacerlo otra vez, si quisiera.
No usaría ni siquiera un tenedor, lo haría a pura viva carne y manos mías. Lo desarmaría con los dientes y las uñas hasta volverlo nada y hacerlo todo Mí, todo Yo. Nunca sobre una mesa, mi plato sería el mismísimo suelo de madera lustrada. Que la sangre corra y la lengua la levante. Que no quede nada más que su nombre y su pulso en mi paladar. Tengo la mandibula practicada, adiestrada en cada movimiento. He repasado el ritual miles de noches. El ensayo caprichoso es para devorarlo impecable.


No tiene ni una gota de delirio. Es vitalmente cierta la memoria entrenada de mi boca de animal.





Nadie, nunca, jamás te va a comer como te comería yo.










(Lets start the Bloody Carniceria)