viernes, 23 de enero de 2009

Skum Night

A veces los momentos mas claros acaban por ser los mas oscuros. Hoy me llegan viejas críticas de mí, desde mí.
Desde la esquina opuesta, asomada en el balcón, escucho a la fiera. El mar siempre con su boca abierta. Lo devora todo. Lo regurgita todo, Envuelve.
¿Qué es lo que tanto me cuesta aprender de mí? Soy una puta caprichosa.
Cómo me gusta extrañar cosas y gentes de "allá".
La costumbre- ¿Puede acaso llamarse así con un par de días?-, la costumbre me juega tretas. Creo que es otro día más de lluvia. Mi ojo izquierdo se despierta, no así el resto de carne y huesos. Intenta buscar un halo de luz diferente entre el entramado cuadrille de la cortina. Percibe algo. El impulso me levanta de la cama. Abro la ventana y oigo a una fiera dormida. Está ahí. Imagino a todas las gentes que sintiendo el mismo alivio, están buscando ahora el traje de baño, cerrando sus puertas y saliendo al sol. Febo asoma, poco a poco: intenta engañarnos. Nos goza el muy pícaro.
(Mientras cuento Antonia juega con mis dedos en el papel, estornuda, reosa... se siente en casa)
El día transita increíble. Es tanta la fortuna de que no parezca una fortuna, sino mas bien el curso natural de las cosas.
Comienza la hora lila. El cielo entero es una paleta de violetas, naranjas, azules-grises y amarillos.
Todas las anécdotas, los despliegues, las tonterías humanas, se aquietan.
Presentes todos para el ritual. Como si fuera una visión necesaria, imprescindible. Todos los días, ahí, viendo el último punto del sol hundirse en una linea imaginaria.
Y es la quietud, sin más, de la entera raza humana ahí en pie, o recostada. Termina el ritual y nadie explica el por qué de tanta solemnidad. Nadie pregunta tampoco.
Por las noches, la fiera vomita fieras. El ruido constante de agua arrastrada en la arena los despavila. Se ponen sus mejores plumas. Ensayan sus ritos y salen a cazar.
Aquí, toda presa es cazador. Se pavonean de un lado al otro, se miran con graciosa torpeza humana. ¿Se desean? No. Desean que los deseen. Todo lo demás es un adorno.
Al otro día buscan un halo de luz igual. Rápido, bajo la sombra espesa del durmiente desconocido, buscan un souvenir. Un trofeo. Un pedacito de sábana. La tapita de la botella de ron. Un botón. Algo que les recuerde que fueron deseados.
No hay nunca nombres fáciles de recordar. El fin, la finalidad, es un fluir, vacío de toda mínima tragedia.
Nadie quiere aceptar que relacionarse es una sabrosa responsabilidad. Pero todos pierden la mirada en el sol y piensan en mujeres y hombres que no están aquí.
Se convencen de lavarse de todo. Se inventan una fiesta eterna en donde está prohibido involucrarse en nada. Van viviendo la historia de una vida. Un contínuo relato, detrás de una añoranza.
Me pierdo entre ellos; soy ellos. La misma tijera. Un tú y un yo divididos por puras tonterías.
Los solitarios desfilan, cada tanto, por mi calle. Su mirada me pregunta qué hago en el balcón a las 4 de la mañana. (Es que yo también soy una puta solitaria) . No me creo las sonrisas efímeras.
Lo adictivo del ritual es reinventarse como una oruga. Pero aburre.
Voy a la cama, dejo mi puerta abierta, por si acaso.
La fiera me susurra con su grito estrellado, que mañana será otro día. Un poco más ciega, quizás, acuerdo con ella una dosis de olvido.
Mañana se lanzan al aire los mismos dados. Y las gentes, con sus búsquedas de souvenirs, marcha a casa, esperando SUERTE, o no esperando nada.

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